XIII Congreso de Literatura: Memoria e Imaginación de América Latina y el Caribe[1]
Pontificia Universidad Católica del Ecuador
10 de noviembre de 2017
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He soñado tanto contigo que pierdes tu realidad”, dice Robert Desnos, en “El último poema” (escrito durante 20 años y concluido en el campo de concentración de Terezin, en Checoslovaquia, en 1945) . Y concluye:
He soñado tanto contigo,
caminado tanto,
hablado tanto,
me he acostado tantas veces con tu fantasma
que ya no me queda más quizá,
y sin embargo, que ser fantasma entre los fantasmas,
y cien veces más sombra que la sombra que se pasea
y se paseará alegremente por el reloj de sol de tu vida.
Traigo a colación este poema porque capta lo que quise hacer en Querido señor presidente: convertirme en la sombra que se pasea por la vida de “la loca del ático”, ahí en los intersticios insospechables, donde opera el tiempo.
En realidad, el poco tiempo que ha transcurrido desde que se asiló en el ático hasta hoy me está dando la razón. La pus de la que habla Lenin Moreno brota desde las alcantarillas donde se ejerció el poder y cada día llena los noticieros porque ya no es posible esconder. Sin embargo, como dice Fernando Villavicencio, el que anda con grillete porque al loco no le gusta que andemos sueltos, todavía falta…, y mucho más.
Es, digámoslo así, mi manera de pedirle cuentas al déspota que el rato menos pensado se robó mi voto. Y hay dos cosas que no soporto: una, haberme dejado lavar el cerebro, y, dos, que el cerebro de mi madre siga lavándose con el mismo champú de lodo, sin que ella se dé cuenta. Yo, que había pregonado que al poder se lo tiene que cuestionar. “Dónde surja la normatividad, ahí hay que meterle el dedo”, era mi lema. Y pasaron diez años desde que ocurrieron los primeros hurtos, y me quedé callado. ¿Por qué? ¿Por qué mi madre, de la que había aprendido a hablar, ahora sigue callando?
Entonces, dije “basta, basta de tanta pendejada”, y me puse a escribir. En el transcurso del mes que duró el experimento de los 69 poemas que forman el libro, aprendí varias cosas.
Primero, que soy de los tipos que les gusta servir (por algo soy profesor). Como en el caso de “El sentido de la vida”, la película que los Monty Python produjeron en 1983, en la que el señor Creosota vomita baldes enteros de estupideces hasta quedar zaceado, el que al final tiene la última palabra es el camarero, que, con la amabilidad del caso, le sirve la cuenta.
Segundo, que el loco del ático no tiene amigos. Si los tuviera, le hubieran dicho unas cuantas verdades. Quizá ese cortocircuito se haya producido porque los disqué intelectuales de la robolución, expertos en disparates, nunca entendieron el concepto de amistad. Seguramente para ellos, la amistad requiere de “lealtad con el proyecto”, como el presidente de la Asamblea dijo recientemente en Teleamazonas, a propósito del encarcelamiento del innombrable de los vidrios rotos. Eso, o al silencio lo tradujeron como arma de fuego interna y externa. Después de todo, no es de sorprendernos que en el equipo económico de Moreno sigan actuando los que callaron y que Fernando Villavicencio ande con grillete.
Tercero, que mi madre no tiene remedio. “No sé qué creer”, me confesó la semana pasada cuando le dije que había voces que pedían bajar a la loca del ático para que viviera mejor en la cárcel. “Pero, entonces, para qué le sacaron al Moreno de la presidencia del partido”, suspiró decepcionada, como quien le cuesta trabajo entender que una cosa es el partido; y otra, el país. Seducida por el poder, mi madre seguramente seguirá votando aunque le mientan. ¿Y yo? Yo no sé qué haré la próxima vez que otro charlatán mercachifle salte a la palestra a, como decimos los ecuatorianos, hablar huevadas.
Finalmente, también aprendí que no hay que esperar tanto. No es recomendable hacerlo porque se corre el riesgo de que, al final, muchas cosas se quemen en el horno. Las cosas se van a quemar, van a desaparecer, sí. El problema es que a una reflexión política, se suma la urgencia. En el esquema: “nadie puede callar”, “el momento es ahora”, “el cambio sigue pendiente”, “hay que actuar con ética”, “solo hay una oportunidad”, hay tanto por hacer, que parecería que es precisamente esa combinación de factores que hace posible que, al final, pocos reflexionen. Al poder, hay que picarle los ojos (como en la lucha libre). Y nosotros, nosotros mismos debemos aprender a cortarnos los ojos, tal como lo propuso Buñuel hace más de 80 años. Querido señor presidente, por tanto, no solo es un intento por pintar de gris aquello que el poderoso ve de blanco; también es un intento por aprender a ver, leer y, luego, escribir, desde la fisura.
Hubiera querido empezar el libro con “Mierda”, la palabra que da inicio a Ubu Rey, en la voz del Padre Ubu, aquella “representación de lo grotesco y humanamente innoble del poder político y el gobierno” (Wikipedia, acceso: 6 de noviembre de 2017), que Alfred Jerry inauguró el 10 de diciembre de 1896, en el Teatro del Louvre de París. Hubiera sido lo más apropiado porque mierda, en el sentido literal, pero también figurativo, es lo que más ha habido en el Ecuador político de la última década, como estamos observando. En vez de eso, el libro empieza con un poema titulado, “Faltan 69 días”, que dice así:
faltan 69 días para que te vayas
y no te has ido
te vi al frente del hospital
el otro día
creo que viniste a ver si la obra seguía en pie
o si la oposición había hecho que se derrumbe
yo estaba entre los que gritaban
que no habían pastillas
que los médicos habían desaparecido
que no a la mentira
luego te fuiste
convaleciente
malhumorado
triste
porque el país no era el país que tu creíste
Escrito en verso libre y con lenguaje coloquial, el poema, que dio inicio a la locura de escribir un mes sin parar (para lo cual tuve que renunciar al trabajo de tiempo completo y posponer el desarrollo de mi tesis de maestría), (el poema) narra los efectos de la visita de supervisión que el mandatario haría a un hospital de la Costa, el jueves, 9 de marzo de este año. En la noticia se lo pudo ver enfurecido, amenazando a la gente que se había congregado, que si no paraban las quejas, el hospital sería cerrado. Por tanto, lo que trato de hacer en el poema, es situarme en la voz del otro, para, de ahí, empezar lo que sería la configuración de un espejo, lo suficientemente amplio, para que el señor se vea. ¿En dónde está la sombra? La sombra habita en la tristeza que le produce observar, ver, escuchar, que hay quienes existen por fuera del mapa mental que ordena su país secreto.
Se diría que es mucho esperar que un poema tan sencillo como este tenga repercusiones profundas en alguien que ha estado acostumbrado a no necesitar de “tonteras” para hacer lo que se la ha venido en gana. Sin embargo, lejos de pretender enriquecer lo que no puede ser enriquecido con las palabras, lo que busco, en realidad, es dejar sentado el hecho de haber hablado para calmar mi dolor. En este sentido, lo que posibilita ese intento por dejar de sangrar es el acontecimiento cotidiano. Es la fuente que nutre la obra, fortificándola de oralidad.
La otra fuente es la memoria. De hecho, el epígrafe que abre el texto, en su versión no digital, es de Borges: “Hay una cosa que no existe”, dice él, y es “el olvido”. No, a los ecuatorianos que nos ha tocado vivir estos años, ya inmersos en el siglo XXI, no nos puede fallar la memoria. “Está fresquita”, diría la abuela. Y yo añadiría que para que se mantenga así, fresca, lo que necesitamos ponerle es una pizca de subjetividad. Así, si alguien dice que “todos los políticos roban”, que “aunque roben, por lo menos hacen obras” o que “nos pueden robar todo, menos la esperanza”, lo lógico sería preguntar: ¿Y yo, por qué he dejar que me roben?
Presiento que la memoria nos falla el momento en que sentimos como ajeno aquello que aparentemente no nos toca. “¿Recuerdas lo que te dije la última vez que te lastimaste?”, continuaría la abuela, y nos recordaría que fue justamente por el distanciamiento entre la causa de la herida y su previsible efecto, que seguimos lastimándonos.
En este sentido, si la poesía ha de servir para algo, que no sea como curita. No, la poesía no debe, no puede, servir para tapar la herida. Todo lo contrario. La poesía, si quiere hacer crítica política, ha de hurgar en lo que el poder quiere esconder. Ahí, metida debajo de la cama, como testigo de la traición, ha de postular al déspota al infierno de su conciencia.
Querido señor presidente trata de hacer eso: entrometerse en la conciencia de quien ejerció el poder, pero también en la conciencia de los futuros electores. Busca, en otras palabras, servir como ayuda memoria. Lo peor que le podría pasar al Ecuador es que otro charlatán mercachifle, como dijimos anteriormente, venga a querer lavarnos el cerebro. No obstante lo dicho y lo escrito en el poemario, presiento que eso puede quedar merodeando en la órbita de las utopías, especialmente si se toma en cuenta lo que está saliendo sobre el sistema de educación pública. Al poderoso no le conviene que las personas, desde pequeñas, aprendan a decir “no”.
Hablando de charlatanes y mercachifles, y el rol de la poesía, el segundo poema, titulado “Qué dirán tus poetas”, dice lo siguiente:
qué dirán tus poetas
(campeones de la otra edad)
husmeando sobre el vidrio
cómo transcribirán el insulto
qué harán con la miseria
cómo transportarán el empujo
cómo tragarán tus píldoras
cuántas horas pasarán barriendo las costras
para ocultarlas sin oficio
que el Ecuador del siglo 21 no es el del 20
y yo me pregunto si en verdad crees que el país nació contigo
de traficantes de metáforas a mercachifles de eufemismos
quedan destituidos, dirá la historiografía
Fueron varios, los “poetas” que colaboraron con la década tristemente perdida. Y, como Martín Pallares se preguntaba el pasado 2 de octubre, en Twitter: “Pensar que estos mismos son los que nos dijeron prensa corrupta por 10 años. Y sin presentar una pinche prueba”. Y yo diría: ¡Pensar que el Raúl Vallejo, que fue mi profesor en la Universidad Andina, trató de entrar al rectorado por el tejado!
Antes de concluir, hay que anotar lo siguiente. Uno, decir que son 69 poemas porque “69” es el título del poema en el que hablo sobre la aldaba que me acosó por mucho tiempo, y que se encuentra publicado en Cartas desde la cárcel, mi tercer poemario publicado en 2015, en el que trato el tema de la libertad. El poema dice así:
libertad es la única herramienta que utilizo
para destornillar el perno
lentamente
-aquel que el gendarme, hijo del rey, heredero del fruto de mi inercia, tuerce
para hacerme hablar
un tránsito absurdo
casi pueril, se diría
pero más por tanto, más hostil es el gesto
que su amable correa forma con su lazo
para hacerme callar
También son 69 porque ese número adecuadamente representa el acto de dar y recibir. Y, como sabemos, Juan Montalvo, padre literario de la tierra donde nací y actualmente vivo, también recibió hasta que dijo “basta”. Y ya sabemos lo que pasó después. No pretendo ser heredero de nadie ni trazar ningún linaje; solo pretendo insistir en que yo también dije “hasta aquí no más”. Este concepto atraviesa el poemario y específicamente se encuentra detallado en el poema que se titula “69”. El poema se lee así:
69
desafíos
quién olvida mejor a quién
69
limpias internas
la abuela decía que lo que no se libera, muere
69
orzuelos
odio la lentitud con la que los paradigmas operan
69
plegarias sedientas
baboso: dícese del que piensa que la cosa pública es cuestión de fe
69
reverberos
¿rápido? ¡te equivocas cholito, a vos te vi con la mano en la masa!
69
lagañas externas
last night I dreamed I was in a different country with another language
69
quesos
dejarás puesto el veneno dejarás regando la higuera para el invitado que
ꟾ venga
y si todo fuera un fantasma
como en las películas de miedo
tener que correr
hasta que el director diga que “corten”
dónde andará el Marcelo Chiriboga…
ojalá no se olvide y me espere a la salida
69
pausas musicales
la diferencia entre los verbos fallar y faltar es que tú conjugaste bien el
ꟾ primero y yo el segundo
…
69
número de la discordia
quién olvida mejor a quién
Finalmente, la obra se llama “Querido señor presidente, ¿qué te has hecho?” porque el asunto es de tú-a-tú, tal como requiere la poesía. Pero, más que eso, se llama así porque, como diría la abuela, “en vez de hacer el bien, ¡solito va y se jode la vida!”, como lo explica el poema “Revolución (receta)”, que dice lo siguiente:
revolución:
dícese del champús en tiempos florales
ingredientes:
1000 quintales de cansancio (con lo que vino antes)
1 arroba de sueño (con lo que vendrá después)
utensilios:
1 astucia
1000 gravámenes
1000000 de propagandas
procedimiento:
1º: utilice la astucia para mezclar un quintal de cansancio con un manojo de
ꟾ sueño
2º: haga que alguien le ayude a verter los gravámenes lentamente mientras
ꟾ sigue mezclando
3º: aplique sin temeridad las propagandas que le sean necesarias para decir
ꟾ que todo salió bien
4º: vuelva a usar la astucia para dar de comer sus masitas a tanta gente como
ꟾ sea posible
presentación:
1º: ubíquese con megáfono en mano en la cima de un balcón
2º: haga que sus barras griten y zapateen para llamar la atención
3º: proclame que nunca antes nadie hizo cosa semejante
4º: obligue a todos aquellos que quieran probar su experimento a formar una
ꟾ sola fila
5º: pase a entregar una masita a cada uno de los mejores portados
degustación:
1º: identifique la masita menos horrorosa
2º: abra bien la boca procurando que no se le meta un mosco
3º: coloque su masita en la boca
4º: saboréela
5º: mastique 35 veces antes de tragársela
6º: haga que todos le copien
(receta opcional)
si las masitas de astucia, gravámenes y propaganda no le funcionaron
no se preocupe y haga lo siguiente:
trate a buenos y malos como autistas
y simplemente cambie el orden de las cosas
Con todo esto, les invito a leer Querido señor presidente, ¿qué te has hecho?, en queridosenorpresidente.wordpress.com.
Muchas gracias.
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Referencias
ben aki. (2015). Cartas desde la cárcel. Quito: Editorial El Conejo.
ben aki. (2017). Querido señor presidente, ¿qué te has hecho? Ambato: ben aki.
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[1] La presentación se desarrolló en la sección de «Literatura y Subversión» (mesa 25), bajo la moderación de Eva Castañeda Barrera.