Hay que escribir a favor del viento, pero contra corriente. -Otero, 1952
¿Qué haría un niño frente a la muerte de su hermano mayor? ¿Qué haría el joven frente a la muerte de su padre? Luego la Guerra, y otra vez más muerte. Luego la dictadura, el autoexilio. Es más, ¿qué haría el hombre ante la penuria de su familia?
Blas de Otero (1916-1979) encontró su vocación de poeta en medio de la angustia.
A pesar del dolor o, mejor dicho, gracias a él, Otero forjó su voz, publicó de manera relativamente sostenida y obtuvo el reconocimiento debido, no sin antes dejar de lado su entrenamiento en Derecho, quemar sus poemas y recluirse en un sanatorio. Es precisamente en la década de l940, cuando atraviesa momentos de crisis que le conducen a buscar ayuda psicológica, que él persigue distanciarse del Dios que había buscado en sus primeros días como poeta.
“Blas de Otero se encuentra a sí mismo” sería quizá un mejor título para este breve escrito. Sin embargo, eso no daría cuenta de lo que experimentó el autor en su vida y lo que, dado el contexto en que vivió, hizo de ella. Ese título sería apropiado si lo que se quisiera fuera resaltar el proceso que emprendió el autor para dar sentido a la palabra escrita y a su autoría. Pero eso haría que se pierda de vista la complejidad del cambio a pesar de ser el mismo.
Sí, Blas de Otero es el autor de “Estos sonetos” (Ángel fieramente humano, 1950) y “Fidelidad” (Pido la paz y la palabra, 1955). No obstante, parecería que estamos ante dos autores diferentes. Y, no por el estilo que, según Cruz y Montejo (1995), apunta a la “eliminación de todo ropaje” (p. IX), “donde el dolorido sentir aparece desnudo” (p. XVI), sino por la renovación autoral a través de la cual él finalmente encuentra algo de paz.
¿El autor se niega a sí mismo para pasar la página? Todo lo contrario: Otero confronta, lucha con las realidades que le ha tocado vivir y escribe. Entre los dos textos en cuestión, él es un autor en tránsito. A pesar de ello, en esa transformación hay dos constantes. La primera, que ya se anunció: la “tristeza esencial que penetra todos los rincones [de su] poesía” (Alonso, 1952, p. 854). Así, en “Estos sonetos”, parte de la introducción al libro con el cual empieza lo que se conoce como su etapa existencial, Otero (1958[1950]) empieza hablando de “plumas” (v. 2) y “cárceles” (v.3), dos metáforas que imprimen las contradicciones en las que el autor se encuentra sumido: ¿qué hacer, por ejemplo, con “la angustia de ser hombre” (v. 4), cuando Dios ha desaparecido? La respuesta, dice el poeta, es el “Vacío/ silencio.” (vv. 6-7) o, lo que es lo mismo, la “ciega luz” (v. 13). Escuchar o ver ahí, donde los sentidos han perdido el norte, se debe a la ausencia de la Divinidad, la misma que el primer Otero supuso real y por la que demostró una firme entrega.
La muerte, no obstante, persiste. Blas de Otero la tiene presente porque entiende que es con ella que el encuentro con Dios será posible. Por eso dice que las “Manos de Dios hundidas en mi muerte./ Carne son donde el alma se hace llanto.” (Otero, 1958[1950], vv. 9-10). Pero, al final, en medio de la soledad, sabemos que incluso eso, que hasta hace un instante parecía una certeza, ha resultado en un profundo quebranto. Otero lo dice así: “Quiero tenerte,/ y no sé dónde estás.” (vv. 13-14). Si Cruz y Montejo (1995) interpretan este vuelco como un acto en el que el poeta “alza su rebeldía ante el dolor frente a la soledad” (p. XXI), Alonso (1952) lo ve como el resultado de “una angustia infinita, un vacío absoluto” (p. 856). Sin embargo, no todo está perdido. El cierre del poema presenta la salida. “Por eso canto.” (v. 14), dice, para hablar del refugio en la escritura.
La tristeza también está presente en “Fidelidad” (publicado cinco años después de “Estos sonetos”); ya no como testigo del desencuentro entre el poeta y la Divinidad, sino como señal de solidaridad con el hombre y el contexto social adverso en el que vive. Pero, igual de importante que la tristeza, en este poema encontramos la segunda constante en la poesía de Blas de Otero: el acto de escribir “de acuerdo con el mundo” (Otero, 1952, p. 179). Es parte del otro Otero, es decir, es parte de escribir ya no para sí, dentro de sí, en el lugar donde solo existe él –sin el acompañamiento divino–, sino para el otro, lejos de mí, pero conmigo. “Se sale de la tragedia personal”, resumen Cruz y Montejo (1995), “para llegar a la colectiva” (p. XXV).
Lo que le da fuerza al concepto de fidelidad es el verbo creer, que aparece conjugado seis veces a lo largo del poema. Así, Blas de Otero (1955) nos dice que cree en “el hombre” (v. 1) y “la paz” (v. 6), pero también en aquello que tiene en frente y siente cerca: su “patria” (v. 11). Por eso habla de “españas” (v. 4), en minúsculas, pluralizada, “a caballo/ del dolor y del hambre” (vv. 4-5). Y no solo eso, sino adicionalmente envueltas entre paréntesis. Es como si el autor quisiera revelarnos aquello que, existiendo a plena luz del día, no ha sido visto. De hecho, ver es el segundo verbo que le dota de energía al poema. Conjugado cinco veces con el desamor y la desolación, Otero inaugura así su nuevo derrotero: él existe como poeta porque el devenir personal, que antes se expresaba en torno a la existencia o no del Tú-Divino, se ha convertido en algo evidente (llámese “realidad social”), compuesto por mundos cuya unión se edifica sobre el dolor colectivo: la España de posguerra sumida en dictadura. Es en esa coyuntura que, como señala Ascunce (1990), “el poeta social [ahora] es el gran compromisario histórico que asume responsablemente la doctrina del humanismo utópico” (p. 83). Por eso si el autor existe, es porque a lo que ha sido visto, aquello que es evidente, hay que ponerle nombre.
Otero es el mejor ejemplo de lo que sucede cuando la búsqueda se vuelve motor de vida. En “Fidelidad”, él concluye así: “aunque hoy hay sólo sombra, he visto/ y he creído” (Otero, 1955, vv. 15-16). Es decir, a pesar de que el ámbito de su trajín ahora es lo social, no ha dejado de pensar en la huella que va dejando su anhelo por encontrar sentido a su vida. Por todo esto, para Alonso (1952), Blas de Otero, “expresa bien la angustia de nuestra búsqueda desesperada” (p. 855).
Referencias
Alonso, D. (1952). Poesía arraigada y poesía desarraigada. En Poetas españoles contemporáneos (pp. 847-860). Madrid: Gredos.
Ascunce, J.Á. (1990). Cómo leer a Blas de Otero (pp. 58-131). Madrid: Júcar.
Cruz, S., & Montejo, L. (1995). “Introducción” a Poesía escogida (pp. VII-XLVI). Barcelona: Vicens Vives.
Otero, B. de (1952). Poética. En F. Ribes, Antología consultada de 1952 (Ed. facsimilar de 1983, pp. 179-180). Valencia: Prometeo.
Otero, B. de (1955). Fidelidad. En Pido la paz y la palabra. Recuperado de goo.gl/GIm3CJ
Otero, B. de (1958[1950]). Ancia [ePub r1.0]. Recuperado de goo.gl/hvR1b4